miércoles, 16 de octubre de 2019

El perdón que nunca recibí

Me despierto y ordeno mi habitación. Del desorden que dejaste en mi vida ya me hice cargo durante mucho tiempo. Sola y en silencio. Y ya lo organicé.
Nunca tuve oportunidad de decirte nada. La única oportunidad que tuve fue la de correr lejos, y fue lo que hice. Para cuando me cansé de correr, miré hacia atrás, y por suerte ya no estabas. Pero eso no significa que no me haya quedado con palabras por decir. A veces, después de todo este tiempo, las sigo sintiendo como nudo en la garganta. ¿Es eso lo que siento en la garganta? Entonces me recuerdo que esas palabras siempre fueron en vano, y que si existió un momento para hacerte saber lo que me hiciste, ese momento ya pasó. Porque fue antes de correr. Y lo entiendo.
¿Entonces, que es lo que sigue en mi garganta? ¿Que es lo que duele ahí, y en todos lados, cada vez que veo una foto tuya, cada vez que me preguntan por vos?
En mis sueños aparecés. También en mis pesadillas. Pero hay un sueño. Uno recurrente. Y sé que es sueño y no pesadilla, porque ahí existe algo que deja de doler. Entonces despierto y descubro que eso solo significa que algo sigue fresco.
Aunque ya está organizado.
Aunque sola y en silencio me reconstruí.
Todavía algo está fresco, y en ese sueño deja de sangrar.
En mi sueño te escucho pronunciar el perdón que nunca recibí de tus labios. Ahí lo decís. 
"Perdón", y me mirás arrepentido. Lo puedo ver en tus ojos. Comprendés el dolor que causaste. Lo comprendés y pedis perdón.
Y yo te miro y te sigo teniendo miedo. Y no te quiero de nuevo en mi vida. Y no pienso que seas una buena persona. Pero no es pesadilla, sino sueño. Porque deja de doler.
Y yo te perdono, no porque lo merezcas, sino porque yo lo merezco. Yo merezco ese perdón.  Merezco escucharlo, o leerlo. Yo merezco que el nudo en la garganta cuando te nombran desaparezca.
Pero despierto. Abro los ojos, comprendo que fue irreal, y trago saliva.
Y duele.

Será que me destrozaste tanto, que incluso la versión mía curada todavía espera una disculpa. Yo sé que la necesito, aunque solamente funcione como una curita en una herida de bala.
En vano, a destiempo, desproporcionado, e ineficaz: Pero necesario.
Porque si vos podés destruir con la impunidad de quien no pide perdón ni siquiera por cortesía, yo no podría perdonarme a mí misma jamás el haberte querido tanto.

lunes, 30 de septiembre de 2019

Vivo corriendo

Vivo corriendo para llegar tarde a todos lados, y siempre me faltan cinco para el peso, o cuatro, o tres. Intento equilibrar todos los aspectos de mi vida, pero me siento como si estuviera tratando de sostener arena con mis manos, que se desliza por entre medio de mis dedos, y algo se cae otra vez. 
Cuando acomodo algunas cosas las demás se desarman, y cuando termino con lo último, tengo que volver a empezar con lo primero. Entonces siempre acomodo y nunca descanso, y ya no sé para qué corro, si al final nunca llego. Si el proceso es eterno. Si cuando en algo me saco diez, en lo otro desapruebo. Si ya me cansé de este ciclo infinito de tratar de tocar la perfección, porque la perfección se aleja cuando estoy llegando, y los demás, siempre orgullosos, me dicen que me admiran y qué se yo.
¿Qué es lo que admiran? Si en algún rincón siempre me caigo. Si cuando apruebo veinte parciales me olvido de ser amiga, si cuando soy buena amiga descuido mi cuerpo, si cuando mi cuerpo está como a mí me gusta me olvido de cenar, o de salir, o de respirar.
Son muchas cosas en las que intento dar mi cien, pero termino los días agotada. Y este agotamiento es interno, ¿Se entiende algo de lo que estoy diciendo? No se me va durmiendo, porque es adentro. Vivo corriendo, y a veces me tropiezo, y sigo corriendo mientras me sangran las rodillas, mientras me tiemblan las piernas, mientras me lagrimean los ojos, porque algún día alguien me enseñó que tenía que llegar.
Todos me ven como un diez, pero eso es lo que se ve de afuera. Yo, desde acá, siempre tengo algo que reprochar. Nunca conforme con los resultados, me exijo más de lo que creo que doy, y hace poco leí una frase que decía que, normalmente, en donde creemos que necesitamos más disciplina, es en donde necesitamos más amor propio, y me puse a llorar. Yo sé que nunca soy diez, pero soy nueve. Soy nueve en cada ámbito, y los domingos me siento y los observo a todos. Observo todos los ámbitos.
Nueve.
Nueve.
Nueve.
Entonces algo ocurre. Algo cayó. Algo se desacomodó. En algo soy un uno o un dos. Porque inevitablemente los números nunca son estáticos. Porque cuando logré el último nueve, y creí que ya iba a poder estar tranquila un ratito, el primer nueve se desdibujó. Lo descuidé. Disminuyó.
Y pataleo. Y me enojo. Y me culpo. 
Me miro al espejo y me culpo. Porque nunca alcanza. Porque nunca me alcanzo. 
Vivo corriendo y desespero.
Las señales se vuelven difusas. Las indicaciones no las tengo. Las tenía, pero las perdí. Ya no recuerdo dónde estaba yendo, ni dónde me habían enseñado que tenía que llegar. ¿Dónde era? ¿Había un lugar? ¿O todo era este terreno vacío? Hablo con una amiga. ¿Qué hiciste ésta semana? Nada, me dice, trabajé, agrega. Ah, qué bueno, le digo. Yo trabajé, fui a la facultad, fui al gimnasio, fui a inglés, fui a la psicóloga, intenté hacer las seis comidas, y en el rato que tenía libre estudié, visité a mis abuelas, escribí bastante, y volví a mi casa todos los días a las diez de la noche. No, no, no soy Superman. Soy igual que vos.
Tal vez un poco más infeliz. 
Vivo corriendo y correr no es vivir.
¿Estoy yendo a algún lugar? Alguien un día me dijo que sí, pero no me acuerdo quién. Me dijo que era así, pero no recuerdo cómo. Un día se acostumbraron y me dejaron de felicitar, y yo tampoco me felicito. Yo me castigo. Porque no soy diez. Y porque siempre, inevitablemente, algo se cae.
Y cuando observo lo que se cayó, me digo que soy una estúpida. Me digo que me descuidé, como si ésta vida fuera cuidarme. Me pongo a llorar. Me prometo que a ese aspecto de mi vida voy a priorizarlo más hasta que se acomode.
La estantería se desorganizó. 
Vivo corriendo.
Pero vivir es una manera de decir.

martes, 10 de septiembre de 2019

El miedo a perder

El miedo a perder

Lo bueno de no tener nada que perder es que camino liviana. Las tragedias me pasan cerca, me rozan. Pero no son mías. Otros sufren sus desilusiones, otros sienten su corazón roto. Otros tienen miedo de dar algún paso en falso, y perder algo o perder todo, y entonces retroceder.
Yo no.
Yo no tengo nada que proteger. Yo ya estuve ahí. Yo ya sé que la felicidad del amor es un elixir, y que la inevitable posterior despedida es un veneno, que no te mata, pero te hace sentir muerto. Yo ya sé lo que se puede sufrir. Lo entiendo. Lo acepto.
Y lo quiero.
Porque cuando no tenés nada para perder, tampoco tenés nada para ganar. No caminás liviano. Caminás vacío. Y las tragedias no pueden tocarte porque el amor tampoco puede. Otros disfrutan su felicidad. Otros celebran su suerte.
Yo ya sé lo que se siente que te rompan el corazón. Y no puedo esperar a ser feliz otra vez. Aunque en ese momento me puedan lastimar y ahora no.
Porque cuando no tenés nada para perder ya perdiste, y qué aburrido sería vivir para siempre habiendo perdido el miedo a perder.

martes, 3 de septiembre de 2019

Después del des(amor)

Me despierto y miro el reloj. Diez de la mañana de un domingo. Un día helado. Debo ser la persona que más disfruta de los días fríos y del invierno. Hoy voy a salir. Me abrigo, y entre mis cajones encuentro un par de polainas del 2013. Las detesto. Me río en voz alta. Esa abominación fue moda. No solo fue moda, me encantaban. Me visto con mi sweater rosa, porque el rosa es mi color preferido, agarro las llaves después de buscarlas por toda la casa y de reírme por mi torpeza de siempre perderlas, pero admirar mi increíble suerte por siempre encontrarlas, y salgo a caminar. Y en el camino miro el cielo. Está gris. ¿Qué mejor que hacer lo que me gusta hacer en un día gris? Me siento a tomar un café con leche en el lugar más lindo que encuentro. Es una ciudad vieja y grande, con muchas cosas para hacer, sí, pero a mí lo que más me gusta es ir a tomar café. Saco la libreta que me regaló mi mejor amiga para mi cumpleaños, y estoy dispuesta a escribir. Entonces pienso sobre qué puedo escribir, y antes de empezar, relojeo los últimos veinte textos. Todos de desamor.

Todos gritan tu nombre.
Todos son lo mismo. Una herida que sangra porque la mantengo abierta. ¿O ya, en la vida real, casi no sangra, casi no está abierta? Hoy me desperté, y miré el reloj, después me reí de las polainas y de mi talento para perder las llaves, me vestí de rosa porque adoro el rosa, celebré que hiciera frío porque adoro el frío, admiré el cielo, y decidí tener una cita conmigo misma. Pero no te pensé.
No voy a escribir más sobre vos. No hay nada más que yo quiera decir al fin y al cabo. Tampoco quiero hablar acerca de lo mucho que detesto a las polainas. Tengo ganas de hablar sobre lo que me encantan los días fríos, sobre lo que adoro ir a tomar café, sobre mi pasión por los domingos. Quiero hablar sobre las cosas que amo. Quiero ser definida por ellas. No quiero ser definida por una traición. No quiero victimizarme más, porque me agota y debilita el papel de víctima. No quiero alimentar un rencor que ya no existe, salvo cuando me acuerdo de animar el fuego y mantenerlo encendido. No quiero que mi historia sea triste.
Porque mi vida ya no es triste.
Ahora me visto para verme linda, camino por las calles, y me siento a probar cafés por la Capital. Ahora me causa gracia que me gustaban las polainas, y recuerdo lo que mi mamá me dijo hace un tiempo, cuando le dije que te odiaba como nunca odié a nadie.
— Bueno, también lo quisiste como nunca quisiste a nadie. — Y es verdad.
Te quise.
Te quise mucho, para ser sincera.
No importa si esa persona a la que quise no existía.
Viví una linda ilusión de amor.
¿Quién me puede juzgar por las cosas que siento reales?
Te quise. Y mientras lo hice fui inmensamente feliz. Y cuando llegaron los créditos de la película y descubrí que estabas actuando, creí que yo tenía escrito en la frente ''Desamor''. Caminaba por las calles pesada, odiando al frío y a los días grises, vestida de negro, sintiendo ese cartel encima mío, creyendo que todos lo veían, que todos se reían porque lo tenía escrito en mi cara con marcador indeleble. Pero resulta que no. Porque así se definía nuestra historia. No la mía. La mía continúa. Y si miro hacia mis costados, está lleno de belleza sobre la que quiero escribir.
Yo sé que algún día,  cuando te piense, no me vas a doler ni un poco.
Mientras tanto decido que este dolor sea una parte mía, con la que puedo vivir. Con la que puedo salir a pasear. Con la que puedo tomar cafés y de la que puedo dejar de escribir, porque hay otras partes. Mi dolor está en el cajón de cosas viejas, junto a las polainas de las que ahora a la distancia me río. Y mi mamá siempre me dice:
 ¿Por qué no tirás esa basura que ya no te sirve? 
Y yo no las tiro, porque las polainas son parte de mi historia, porque ahora me causan gracia, y porque recuerdo que en algún momento, antes de sentirlas una abominación, las amaba, me sentía hermosa cuando me las ponía, y me hicieron feliz.
Y te quise un montón.
Ahora estoy en un café decidiendo lo que soy: Yo soy las cosas que amo. Como este café que estoy tomando. Como este escrito, que habla, como canta Fito Paez, sobre el amor después del amor. Te quise como nunca quise a nadie. Gracias por esa sensación. Aunque fuese equivocada. Gracias por la equivocación. Fue lindo pensarte diferente. Y ojalá algún día me ría. Porque vos me lastimaste, pero mi capacidad de ver belleza en todos lados me hizo quererte con locura. Y todo ese amor sigue en mí.
¿No estuvo siempre en mí? ¿No son las cosas más como las miramos que como realmente son? ¿No es la capacidad de elegir el ángulo perfecto para sobresaltar la belleza, lo que convierte a un fotógrafo en un excelente fotógrafo? ¿Si elijo el ángulo perfecto, no descubro que mi vida está llena de belleza sobre la que quiero escribir? De ahora en más quiero hablar sobre todas las partes de mi que me hacen estar sentada un domingo en un café pintado por completo de rosa, escribiendo. Y me vestí de rosa porque este lugar es rosa. Y me causa risa que esa tontería me haga sonreír. Me dan ternura todas las cosas que me pueden poner contenta. Aún después de un desamor. De dos, de tres. De varios para ser sincera. No voy a fingir que esto nunca antes sucedió. Están todos en el cajón. La mayoría ahora me genera indiferencia. Eventualmente eso va a pasar con este sweater rosa, cuando me ría y me parezca una abominación que me parecía linda en el 2019. Y con vos. 
No quiero escribir más sangrando, y no porque haya dejado de hacerlo por completo. Sino porque también estoy cicatrizando. No elegí sangrar.
Pero cicatrizar es todo mérito mío.
Y eso me hizo pensar en cuánto amor debo tener dentro, si después de todo, me sigo emocionando por salir a tomar un café, me sigo riendo por haber usado polainas, y vuelvo a ser feliz cada vez que hace frío y me puedo poner mi sweater rosa. 
Y para ser completamente sincera, quizás por idiotez o quizás por rebeldía, sigo creyendo igual que antes en el amor. Y lo volvería a hacer todo de nuevo. 
Algún día tiene que salir bien, ¿No?
Algún día alguien va a estar en mi pieza, recostado en la cama al lado mío, mirando la televisión. Y mientras tanto, todo lo que quedó en el cajón de cosas viejas me va a sonreír, y me va a susurrar ''¿Se puede llegar a destino salteando paradas?''
Y yo creo que no.
Entonces, que me perdone mi parte racional: Pero saltaría charcos, cruzaría océanos, y viajaría un millón quinientas mil veces más por amor.
Pero, como siempre hay que aprender algo, la próxima vez lo haría por alguien que esté intentando alcanzarme también. Que ponga el mismo esfuerzo. Que me quiera como merezco que me quieran.
La próxima vez lo haría por quien me espere ansioso en el aeropuerto.
Porque ahora entiendo lo mucho que sé querer.
Y me quiero un montón por eso.

miércoles, 21 de agosto de 2019

Deseos incumplidos

A los cinco años estaba segurísima de que quería ser una princesa, y me puse muy triste cuando mi mamá me explicó que eso no era posible, pero menos mal que no pasó. No sé si podría vivir una vida de renunciar a libertades. A los seis años lloraba porque no quería empezar la primaria, hasta que dejé de llorar y entré, porque no tenía opción. Y ahí estaban las que serían mis mejores amigas para toda la vida. A los trece me enojé por no comprender por qué razón yo no podía irme de viaje de egresados, pero no pude. Pasé todos esos días con mi abuelo, y fueron los mejores, y los últimos. Porque después el futuro me explicó, que mi abuelo después del viaje de egresados, que por suerte no tuve, se tenía que ir. Al menos fisicamente. Y a los quince maldije a la vida por durante meses por el infierno que tuve que vivir en el colegio, pero después agarré a la tristeza y la empecé a escribir, y ahora acá estoy, todavía y para toda mi vida escribiendo. 
Ahora, a los veintidos, estoy encerrada en mi habitación pensando, y casi casi le pregunto a mi destino por qué no podés ser vos. Casi lo insulto. Casi me ofendo porque lo único que ahora quiero, y deseo, y sé que necesito para mi futuro, no me puede ser concedido. Entonces recuerdo, y pienso, y analizo todas esas situaciones en las que las cosas que quise con todo mi corazón no sucedieron, y muchas veces, eso fue lo mejor que me pudo pasar. Casi siempre, lo mejor que me pudo haber pasado es que lo que quise con todo mi alma no haya podido ser.
Entonces pienso, que aunque ahora esta tristeza lo abarca todo, quizás algún día me toque ponerme contenta de que de todos mis deseos, este sea uno de los cuales no haya tenido que ser. Entonces pienso, con un poco de inocencia, que tal vez quien escriba mi vida se esté riendo de mí mientras piensa ''cuando veas lo que te espera por delante apenas dejes de aferrarte, no sabés lo mucho que me lo vas a agradecer''.

martes, 6 de agosto de 2019

Tu perfume

Querer volver a verte no es capricho ni es obsesión, es solo una especie de deseo con el que me gusta vivir. Nos daríamos un abrazo de bienvenida por cuarta vez en esta vida, y al sentir tu perfume me acordaría de que ya lo conozco bien, pero que mi nariz no puede pensarlo cuando no estás cerca, y entonces ella necesita tu presencia. 
Es que cuando no estás cerca, a la distancia, mi mente puede dibujar tu rostro, y cuando me olvido de algún detalle tengo nuestras fotos, y entonces lo vuelvo a memorizar. Y cuando no estás cerca, a la distancia, mi cabeza puede reproducir el tono exacto de tu voz, y si se empieza a volver díficil tengo tus audios o puedo llamarte, entonces pronto la vuelvo a incorporar, porque en algún lado estaba, todo en algún lugar de nuestro inconsciente está.
Pero con mi olfato el tema es diferente. Yo sé que mi nariz tiene alguna especie de memoria, porque cada vez que este mundo me demuestra que no es tan grande como para separarnos para siempre, yo vuelvo a respirar cerca de tu cuello mientras tus brazos están rodeando mi cuerpo, y puedo jurar que sé que ese fue siempre tu perfume. Pero a la distancia no. Mi nariz a la distancia no recuerda. Y si recordar es traer a la memoria algo percibido, aprendido o conocido, o retener algo en la mente, puedo dar fé de que el olfato es un sentido que no sabe retener nada del todo. Lo retiene en el inconsciente hasta que lo vuelve a sentir. Pero acá, sóla en mi habitación y a dos mil kilómetros de tu cuerpo, no puedo pensar en tu perfume y gracias a eso sentirlo dentro mío. No como hago con tu rostro. No como hago con tu voz. 
Querer volver a verte no es capricho ni es obsesión, es solo una especie de deseo con el que me gusta vivir. Nos abrazaríamos de bienvenida por cuarta vez en esta vida, y al sentir tu perfume recordaría que ya lo conozco bien, pero que mi nariz no puede pensarlo cuando no estás, y entonces ella necesita tu presencia. Y podría preguntarte la marca, y comprarme uno, y usarlo en mí para engañarme un rato, pero dicen que los perfumes se sienten diferente según la piel que los lleva puestos, y yo necesito ahora mismo sentir el perfume que vos usás, y el olor exacto que adquiere cuando está en tu cuello, y no en el mío, ni en el de nadie más.

Porque, aunque ahora no puedo recordarlo, sé que para mí justo esa es la fragancia de la felicidad.

martes, 23 de julio de 2019

Tu ausencia y yo

'Quiere distinto'', me justifico ante mi amiga, la que se cansó de escuchar tu nombre, o ante mi mamá, que no quiere decirme la verdad que todos me ocultan. ''Queremos distinto'', repito, como una frase que me aprendí de memoria para justificarte ante las miradas llenas de lástima que los que se preocupan por mí me lanzan cuando les cuento nuestra historia. Y decir ''nuestra'' es hipocresía. Es mía. La que me inventé. En mi historia somos dos. Tu ausencia y yo. Y encuentro millones de maneras de volverla presente. Porque es presente. Tu ausencia lo abarca todo. Tu ausencia hace que mi corazón piense y repiense. Tu ausencia es inclusive más presente que la presencia de los que están. 
''Quiere distinto'', para que la brecha entre lo que vos y yo damos se acorte. Para que no parezca que mi amor te queda grande. Para disfrazar a tu desgano de cariño. No mi cariño. Otro tipo de cariño. Uno que lastima, y que duele, y que me hace pensar que soy insuficiente. Pero cariño al fin y al cabo. Y eso es todo lo que importa. Importa que me querés. Diferente a como yo creo que se quiere. Pero me querés.
Entonces llego a mi casa, me encierro en mi habitación, y me miro al espejo. Estoy yo sóla. Yo conmigo. Sólas las dos. Y me veo llorar. Me escucho llorar. Me percibo triste, y decaída, y apagada. ''Quiere distinto'', me escucho decir. ''Queremos distinto'', repito una y un millón de veces. Pero no sirve.
Ahí, donde no puedo mentir, no sirve.
Ahí donde no puedo mentirme no sirve.